sábado, 24 de enero de 2015

Reflexiones ¿en Blanco y Negro?

Salgado, impactante y comprometido
Dicen que una imagen vale más que mil palabras, y lo cierto es que desde siempre me ha fascinado la capacidad de una foto para contar historias a través de algo tan efímero como un instante; el instante decisivo. Quizá sea por eso, por la posibilidad de variar el resultado final mientras acabamos un cuadro, que no me atrae la pintura; un arte tan íntimamente relacionado con la fotografía y del que esta bebe en sus inicios, en aspectos como la composición, el empleo de la luz, etc., pero que no está sujeto a la necesidad de captar desde el principio una imagen que luego, durante el procesado, será prácticamente inalterable.


Ansel Adams
Y dentro de la disciplina que nos ocupa no deja de ser curioso que, no habiéndome atraído nunca el blanco y negro, entre mis fotógrafos favoritos se encuentren maestros como Ansel Adams o Sebastiao Salgado ¿Cómo demonios... ? La respuesta, y el porqué del pretencioso título de este artículo, puede que la haya encontrado visitando la semana pasada la exposición dedicada a Alvin Langdon Coburn, en la Fundación Mapfre. Pero para llegar a ella he de relatar antes el proceso por el que he pasado con la captación de imágenes fjas:

Mitad de los 90...
¿Alguien no ha
fotografiado nunca
un atardecer?
Siempre me gustó disparar la cámara, pero al observar las copias en papel de mis negativos sufría profundas decepciones: mis imágenes, confusas y atiborradas de elementos, estaban muy lejos de expresar algo, de contar una historia, más allá de la de un fotógrafo frustrado. Poco a poco, y a base de leer mucho, fui simplificando mis composiciones, mientras pasaba de la cámara telemétrica de mi padre a su primera réflex, al tiempo que abandonaba la película negativa en favor de las "diapos", de las que al menos obtenía un resultado más acorde con los ajustes que había fijado antes de apretar el botón. No mejoré mucho, pero al menos ya no eran los antiguos batiburrillos en los que mezclaba farolas, árboles y personas (quizás algún perro) sin conocimiento ninguno.

Al cabo de un tiempo me hice con mi primer instrumento fotográfico, una fantástica réflex con autofoco y exposímetro matricial a través de la lente, acompañada de un par de objetivos zoom, que prometía hacer de mi un verdadero artista. No mejoré absolutamente nada, y la cámara acabó en un cajón.


1998: En las fauces del calamar
La revolución llegó con la era digital: por fin pude disparar, y disparar, y disparar cual japonés de vacaciones sin pagar por los carretes y obteniendo resultados inmediatos que me permitían comparar y averiguar porqué mis fotos no eran como yo quería. El Photoshop me permitía tener mi propio laboratorio dentro de una caja de dos por uno y por dos palmos ¡La catarsis final! No mejoré absolutamente nada, pero al menos... me lo pasé como un enano.

Experimentos en la plaza del Callao
alrededor del año 2000
Internet terminó de hacer de mi el (mal) fotógrafo que soy: el acceso a las técnicas y experiencias de otros; la cantidad de webs, blogs, foros y demás; flickr, Instagram... Saturación de información; la mayoría mera paja, alguna interesantísima. Hoy en día sigo sin hacer lo que yo considero buenas fotos, pero por fin tengo el suficiente conocimiento para medio saber por qué no lo son.

Y llegamos al meollo: el señor Coburn está considerado un adelantado a su tiempo por emplear un lenguaje fotográfico que no se popularizaría hasta una década más tarde. Se encuadra en sus inicios en el pictorialismo (que reivindica la fotografía como arte con sus propios valores, en igualdad de condiciones con la pintura o la escultura) y más adelante experimenta con movimientos de vanguardia. Que quede claro que todo esto me lo he tenido que empollar después de ver la "expo" para escribir en el blog, yo de estas cosas... ni idea (es por esto que es bueno escribir sobre lo que te gusta: no lo leerá nadie, pero tú algo aprendes).

Coburn y la composición
Vaya por delante que las fotos no me han emocionado especialmente: son imágenes antiguas, lejos del colorido y la nitidez de hoy en día, alejadas de ciertos fuegos de artificio muy populares y atractivos para el ojo, como pueden ser los altos rangos dinámicos o los montajes panorámicos. Y por desgracia no tengo el criterio necesario para apreciar su supuesta maestría y capacidad de experimentación en temas como el procesado por platinotipia o el fotograbado. Es cierto que fue un pionero, pero el tiempo pasado nos hace, a veces, perder la perspectiva. Pero hay un detalle que no se escapa, que no puede escaparse al ojo porque está presente en todas y cada una de las imágenes que Mr. Coburn nos presenta: las composiciones son sencillamente brillantes, simplificando, aislando elementos, resaltando los puntos de interés y rodeándolos de un contexto. Magistral. Toda una lección. Y para mi todo un estímulo, por fin, para experimentar con el Blanco y Negro.

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